sábado, 28 de marzo de 2009

Ambiente. Poder - Sociedad Civil y Mujer


Ambiente y Poder

Es cierto que los problemas ambientales suelen estar de moda en los últimos tiempos. Muchas veces batardizando su tratamiento, creyendo que los conflictos se reducen a hablar de “los pajaritos” y del “bucólico verde” de praderas lejanas (hasta el sustantivo parece distante), o de las “pobres ballenas” en extinción por la efectiva acción de sucios y oxidados arpones (ya dejados de lado por la sistémica tecnología).
Es cierto, son problemas ambientales, los cuales se nos suministran en pequeñas dosis para que esas fotografías nos hagan expresar alguna frase “progre”, hipócritamente culposa, o asumir la imperiosa necesidad de los tiempos, con el cinismo que caracteriza a la “real politik”. Actitud, esta última, muy utilizada por tecnócratas al servicio del algún presunto candidato.
No obstante, esas fotografías ni alcanzan a conformar una secuencia de imágenes coherentes.
Porque tratar el tema ambiental es discutir “poder”.
Es debatir y ejecutar modelos de desarrollo, el poder de lo público sobre lo privado; conducir la oscura, cuando no espuria, relación Estado/mercado; reformular la demanda de la sociedad civil; plantarse ante las corporaciones; proteger a los más humildes, que son los que pagan el precio de la contaminación y no tienen los medios para emigrar.
No es casual que, en tiempos de la última dictadura, muchos militantes se dedicaran a los problemas ambientales. Bajo el escudo de la profesión o el conocimiento podían insertarse en conflictos territoriales concretos, cotidianos, como la contaminación en un barrio por alguna industria, o la dilapidación de los recursos naturales. Todo desde una aséptica visión académica (algo indescifrable para las luminarias de las tropas de ocupación). Fueron intentos vanos, poner parches en un tejido social degradado.

Ambiente y Sociedad Civil
Nuestra sociedad civil ha aprendido numerosas lecciones en estos años de democracia, entre ellas que los recursos naturales son imprescindibles, porque el crecimiento económico no es sustentable si no hay un uso racional de los mismos ni Justicia Social que permita la redistribución del ingreso.
Pero también, ha sumado en su haber el inexorable convencimiento de que la política tradicional autóctona no hace caso a sus demandas. Esta desilusión obligó a  actuar por su cuenta, buscar nuevos rumbos. La proliferación de diferentes asociaciones ambientalistas en los años ochenta y noventa podrían ser una señal de esta reacción. Sin embargo, esta irrupción reconoce más causas, un entramado más complejo.
Por supuesto que la sociedad civil no es un todo homogéneo y que la experiencia de colectivos o comunidades frente a problemáticas ambientales no abundan; aunque los casos de Esquel y Gualeguaychú marcan un punto de inflexión en la historia de estas demandas populares. Estos conflictos tendrán marchas y contramarchas; lo que no tiene retorno es la conciencia generada. Desde los años setenta (post Estocolmo 1972), el conocimiento y el convencimiento han crecido en forma conjunta, y el “mercado” ha tomado nota de ello. Una de las actitudes defensivas adoptadas por el “mercado” ha sido la de poner al Estado de su lado, como aliado y legitimador de su postura. En última instancia, la excusa de la pérdida de fuentes de trabajo ha sido su principal herramienta de coacción mediática, sumando a sindicatos y a los propios funcionarios y agentes gubernamentales de las áreas ambientales.
Este escenario de indiferencia o rechazo del Estado condujo a los damnificados a recurrir y a articular diversas tácticas; desechada la vía administrativa, las opciones abarcaron desde la Justicia hasta los medios de comunicación. 

Ambiente y Mujer
Es preciso señalar que, si bien las denominadas ONG’s ambientalistas han proliferado y desarrollan diferentes actividades, el papel cumplido por los que se sienten víctimas de problemas ambientales es fundamental. Y, es también en este campo, en el cual la mujer ha tenido una preponderancia indiscutible.
El escenario suele no variar en lo esencial. Un emprendimiento que genera lucro, puede ser una explotación primaria, industrial o de servicio, que no internaliza sus externalidades; léase, no asume los costos derivados del tratamiento correcto de sus efectos negativos, que van desde el excesivo consumo de insumos (energía, agua, suelo) hasta el indebido o inexistente tratamiento de lo no comerciable (efluentes, residuos,  ruidos). Luego, la consiguiente queja de los que se sienten avasallados, por las molestias que afectan su calidad de vida o que la ponen en riesgo directo. Por último, la demanda insatisfecha ante la inacción o la respuesta presumiblemente inadecuada de las Autoridades de Aplicación.
En este momento, el damnificado, que no se siente respaldado por el Estado frente al que lucra y afecta su calidad de vida (que puede ser el mismo Estado, como en el caso de CEAMSE), asume que está sólo y que, si bien puede sumar a pares en el conflicto, tiene que encarar una lucha individual en los pasillos de la Justicia o ante los micrófonos de los medios de comunicación que den crédito a su versión. La situación, de alta exposición, exigirá pasión, dedicación/capacitación y tiempo. 
La mujer tiene ventajas comparativas para ser portavoz legitimable en este tipo de instancias. Basta con visualizar los documentales de las protestas en Esquel[1] y otras zonas afectadas por la minería. En las manifestaciones populares, la primera línea está encabezada por mujeres con su prole en brazos. Esa imagen, es mucho más elocuente que cualquier relato.
Es Ella, la que defiende el derecho a la vida. La mujer, como tal y como madre, legitimada por el dolor de sus hijos o la amenaza que se cierne sobre la calidad de vida de ellos.

Un ¿nuevo? rol
Lo señalado ha sido analizado en investigaciones de otros conflictos sociales, tal es el caso de las mujeres piqueteras[2]. No obstante, este rol femenino se ha ido consolidando en el tiempo, haciéndose cada vez más visible en los conflictos ambientales. La experiencia de gestión en la Autoridad de Aplicación ambiental de la Provincia de Buenos Aires, que le cupo al que escribe estas líneas, permite corroborarlo.
El que se siente damnificado sabe que el “poder” no lo tiene en cuenta, siente que su palabra no vale. Es más fuerte la idea de “progreso”, “crecimiento”, “trabajo” que subyace en el discurso del “mercado” y del propio Estado. Esta situación de desventaja torna imperiosa la pasión necesaria para invertir un esfuerzo enorme en aras de modificar la relación de fuerzas.
Pero no alcanza con la voluntad; es imprescindible informarse, leer, aprender, formarse, porque enfrente se encuentra un “ejército” de profesionales, técnicos, voces habilitadas, y los inefables abogados, capaces de esgrimir razones fundadas o no (la mayoría de las veces), para deslegitimar el reclamo.
Por último, la tarea requiere tiempo, mucho más del que puede brindar la cotidianeidad de un ciudadano común. 
El hombre asume, muchas veces, que éstas son las condiciones dadas, cuasi inmodificables, el precio que se debe pagar; ó, en el mejor de los casos, se ocupa por proveer las condiciones económicas para enfrentar semejante relación de fuerzas. Y, ante la necesidad de optar, prefiere la vía judicial a la exposición en los medios.
La mujer adopta un perfil más alto. No desdeña la denuncia judicial sino que además impone presencia a través de su imagen y su voz; no sólo en los medios, también en el barrio o en el sector social donde actúe.
Lentamente, los compromisos asumidos ante los pares, los que se sienten víctimas como ella, y los hechos públicos generados hacen que esa mujer lidere una postura ante el problema específico. Ese liderazgo podrá tener un impacto social mucho mayor si es capaz de compartir su lucha con otras mujeres que se sienten tan damnificadas como ella y de contar, al menos, con el acompañamiento de los varones.
Si se analizan las formas organizativas adoptadas, prevalecen las redes informales, no focalizan su interés en conformar estructuras rígidas (los organismos oficiales les han enseñado a descreer de las mismas), salvo cuando el nivel de desarrollo así se los exige. Este trabajo en red se basa en la versatilidad que le imprimen sus miembros, privilegiando las formas de comunicación vía internet (redes electrónicas, blogs, páginas web, documentos en soporte electrónico). También, privilegian su relación con los medios de comunicación masiva, cimentando y articulando relaciones directas con los periodistas dedicados al tema.
Son muchos los ejemplos de estos liderazgos que han surgido y que se pueden visualizar en el país y, en particular, en el conurbano bonaerense.
La lucha de Mabel Bastía contra las empresas distribuidoras de energía eléctrica por la contaminación debida a la utilización de PCB’s en transformadores y capacitores. La batalla de Estela Longarini en el Partido de Vicente López por la contaminación generada por empresas radicadas en la zona. La pelea de las Madres de las Torres de Villa Domínico contra la contaminación de CEAMSE. La disputa y victoria judicial de los vecinos del barrio El Campamento, Partido de Ensenada, contra la coquera Copetro, en la cual las mujeres tuvieron un papel protagónico.
La experiencia de la mujer argentina no está en contraposición con la de sus pares en el mundo. El Premio Nobel de La Paz otorgado en 1992 a Rigoberta Menchú Tum, por su defensa de los Derechos Humanos de los pueblos originarios guatemaltecos, tiene una relación directa con el usufructo de los recursos naturales y la tierra en su país.
Más cerca en el tiempo, en el 2004, la keniata Wangari Maathai logró el mismo Premio Nobel, como fundadora del Movimiento Cinturón Verde, organización dedicada a plantar árboles en Africa para proteger la biodiversidad, creando empleos y fortaleciendo la identidad de la mujer.

Algunas certezas
La mujer cumple, en esta etapa de demandas ambientales/sociales, un rol preponderante. Ejerce un mayor liderazgo que el hombre en este campo tan diverso.
No se puede negar que influye el rol de “madre”, el cual legitima la lucha, desde el “dolor” o la amenaza de la supervivencia de la prole.  Pero, tampoco lo expresado es condición suficiente. Hay características propias de la mujer argentina de hoy, no sólo las genéticas, que son producto de la historia que les tocó vivir y los papeles que debió asumir. De no haber sido así, sería muy difícil explicar las razones de las Madres, las Abuelas, de tantas que se sienten víctimas y que discuten el poder.
Hace tiempo ya, una mujer me enseñó que donde hay una necesidad hay un derecho que no se respeta. Los conflictos ambientales no escapan a esta lógica de poder.

Jorge Etcharrán 
(publicado en Género y Peronismo, Nº 3, marzo de 2009) 




[1] “La Ganga”, dirigida por Lisandro Costa. Argentina, 2007.

[2] “Entre la ruta y el barro. La experiencia de las organizaciones piqueteras”, Svampa, M. y Pereyra, M., Buenos Aires, 2003. “Mujeres piqueteras en la organización Federación Tierra y Vivienda, Partido de La Matanza, Secretaría de Género”, Timpanaro, M. A. y Zeliz, A. R., Buenos Aires, 2006.